Tengo el recuerdo muy marcado de la vez que mi abuelo dijo que las mujeres deberían de gritar en su casa antes de salir a la calle a protestar, y aunque en un principio repudié su comentario, no pude evitar sentir que en el fondo tenía un poco de razón, ¿con qué coraje me atrevo a exigir a ajenos si permanezco mansa en el lugar donde se supone debo procrear el cambio? Sin embargo, para no- sotras, los hogares se han vuelto impalpables, se nos ha cortado la capacidad de posesión incluso sobre nuestras propias cuerpas y hasta violencias a la vez que se nos a cobrado como un favor el derecho a la libertad al existir dentro de un nido diseñado para engendrar hombres. La palabra “casa” queda flotando como un concepto sobre el que caminamos y al cuál le pertenecemos, porque qué exalta más el nombre de un hogar que los retoños de los hijos, la brutal perspicacia de sus varones y en cambio, la piedra preciosa de bordes pulidos, convertida en el dia- mante que, con su innata transparencia femenina, des- taca las más finas maneras de la familia que la ha lijado.
Me es imposible no involucrarme personalmente en este texto pues, de otra manera, le estaría faltando el respeto a la obra de María García al suprimir las ventanas que han resquebrajado los personajes estridentes, los paisajes maleables y el desafiante cielo blanco inmersos en sus piezas. Su imaginario despierta el código telepático que todas las mujeres llevamos compartiendo por naturaleza, constancia o nacimiento (aún no lo sé), comunicándonos en un lenguaje de palabras encendidas desde el pecho y disueltas en forma de óleos como traducciones a nues- tros propios bosquejos mentales.
“Nido” nace ante la urgencia femenina de crear y tener un hogar propio, nos da las cobijas, herramientas y armas para tomar espacio, el espacio que merecemos, que nos hemos ganado por el mero hecho de existir; representa el amor entre morras y aquel que surge dentro de una mis- ma cuando aprende a dormirse en crisálida y entregarse a los derretimientos de su/nuestro corazón. Por lo tanto, sé bienvenida a tu hogar de techo universal, luces cálidas y hermanas de madrugadas, aquí podrás gritar, romper, pe- dir, amar y descansar con el mismo coraje con el que huye tu garganta de tu jaula de oro al compás de los gritos de guerra que acuerpan aquellos verbos sepultados sobre tus labios cocidos por las fibras del “hogar, dulce hogar”.
CAROLINA OCAMPO